El Evangelio de este domingo es una continuación del Evangelio de la semana pasada y nos sitúa de nuevo en la escuela de Jesús en su último viaje a Jerusalén. Mientras que la ocasión anterior fue una conversación con un doctor de la Ley, la de hoy es la visita de Jesús a la casa de “una mujer llamada Marta” y su diálogo con ella (o más bien su respuesta) sobre la actitud de María, su hermana. Esta continuidad y complementariedad entre el pasaje evangélico de hoy y el anterior nos ayuda a comprender bajo una nueva luz, y tal vez con mayor acierto, la enseñanza fundamental que Jesús dejó no sólo a Marta en aquella ocasión, sino a cada uno de sus discípulos/as de todos los tiempos.

1. Del doble mandamiento del amor a las dos actitudes hacia Jesús: una aclaración necesaria

Como ya hemos señalado, el episodio de la hospitalidad en casa de Marta se produjo inmediatamente después de que Jesús confirmase la validez del doble mandamiento del amor – a Dios y al prójimo – para heredar la vida eterna, a un doctor de la ley mosaica. Además, a través de la original parábola del Buen Samaritano, había enseñado una nueva forma de amar al otro, que consiste en hacerse prójimo de toda persona necesitada más allá de todo límite, superando las diferencias de nacionalidad, raza, grupo religioso o enemistad.

Ahora, en la casa de las dos hermanas Marta y María, Jesús se encuentra con dos actitudes que parecen reflejar, en la práctica, estos dos aspectos del amor recomendados por la Ley y confirmados por el propio Jesús. En efecto, Marta acogió a Jesús, “yendo ellos de camino”, siguiendo el modelo del patriarca Abraham, que acogía con alegría y generosidad a los visitantes que pasaban por su tienda, como nos recuerda la primera lectura. Con este acto, Marta no sólo puso en práctica la buena tradición de hospitalidad de su pueblo, sino que demostró, es más, cumplió un aspecto importante del amor al prójimo al cuidar “con los muchos servicios” a Jesús y a sus discípulos, huéspedes en su casa.
Por otro lado, María, su hermana (con toda probabilidad la menor, ¡porque la casa es de Marta!), tenía otra actitud «sentada junto a los pies del Señor, escuchaba su palabra». El verbo “escuchar” en esta breve descripción remite espontáneamente al íncipit de la exhortación a amar a Dios: «Escucha, Israel: El Señor es nuestro Dios, el Señor es uno solo. Amarás, pues, al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas» (Dt 6,4-5).
María se convierte así en un ejemplo práctico del mandamiento del amor a Dios, al escuchar con el corazón la enseñanza divina de boca de su maestro Jesús.

Desde esta perspectiva, los diferentes comportamientos de las dos hermanas hacia Jesús no son en sí mismos opuestos, sino complementarios y ambos necesarios, al igual que la práctica de los dos aspectos del amor recomendados en la Ley de Dios.

2. “Andas inquieta y preocupada con muchas cosas”: una corrección amable de Jesús sobre el amor de Marta

En este contexto, lo que Marta hace para acoger a Jesús es más que encomiable y necesario. El único problema, como se desprende del texto, es que está cumpliendo con sus “muchos servicios” para Jesús, según su propia manera de ver. Esto la pone en crisis, permitiéndose de criticar la actitud indiferente de su hermana e incluso la de Jesús: «Hasta que, acercándose, dijo: “Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola para servir? Dile que me eche una mano”».
El hecho es simpático. Muestra el fuerte carácter de la mujer, dueña de la casa, que no mira a nadie a la cara, ni siquiera a Jesús, el invitado principal. Y si delante de los invitados Marta fue capaz de decir esto, ¡podemos imaginar cómo se habría dirigido a su hermana cuando todos los invitados se hubiesen marchado!

En cualquier caso, el maestro Jesús, precisamente por lo ocurrido, tuvo la oportunidad de corregir esa actitud de amar al prójimo según la visión humana, que luego termina en la molestia y la crítica a todos los demás que “no hacen como yo”. Jesús llamó a Marta dos veces: “Marta, Marta”, no porque fuera sorda o estuviese distraída, sino para llamar su atención sobre un mensaje muy importante, como hace Dios en el Antiguo Testamento con sus siervos Abraham, Moisés, Samuel. Ese mensaje es precisamente el que cada uno de sus discípulos debe aprender de memoria a partir de ahora: «Marta andas inquieta y preocupada con muchas cosas; solo una es necesaria».

El énfasis aquí recae en “sola una cosa” es necesaria. El reproche de preocuparse “con muchas cosas” sirve precisamente para dejar espacio a esta cosa necesaria que Jesús ensalza. En la misma línea, Jesús recomienda en otras ocasiones a sus discípulos que “no se preocupen” por lo que comerán, ni por cómo se vestirán (cf. Lc 12,22.25.26; Mt 6,25.27.28.31.34). Tal actitud de despreocupación en la vida de los discípulos de Jesús, por lo tanto, equivale precisamente a orientarse completamente hacia Dios y su Reino, lo único necesario ahora para ellos. Esta visión correcta de la jerarquía divina en las cosas de la vida como discípulo será y debe ser la clave para la práctica de amar al prójimo según el pensamiento de Dios y no según el de los hombres. El servicio a Jesús o, en general, al prójimo debe someterse también a un examen y una purificación constantes según la primacía de “lo necesario” para no caer en una situación paradójica pero frecuente: ¡al esforzarme por servir a los demás en nombre del amor, llego a perder tanto la paz interior (en mí) como la exterior (con los demás)!

3. “Solo una es necesaria”: la lección para un verdadero discipulado

¿Cuál es entonces la “única cosa” necesaria a la que se refiere Jesús? Se trata ciertamente de la actitud de escuchar las palabras de Jesús, como muchos han notado en el texto: «María, que, sentada junto a los pies del Señor, escuchaba su palabra». Sin embargo, hay que destacar un detalle del texto, que a menudo escapa a la atención de los lectores: María está “sentada junto a los pies” de Jesús. Esta posición es la habitual de los discípulos en la escuela de un maestro, según la tradición judeo-rabínica. La escucha de María es, pues, la escucha específica de un discípulo ante Jesús, al que el evangelista San Lucas menciona aquí con el título solemne de “Señor” para subrayar la figura del maestro divino. Es, pues, la escucha atenta y obediente de la enseñanza de Dios, impartida y explicada con autoridad por Jesús. Y es esto mismo lo que Jesús define como la “parte mejor”, porque Él mismo proclamará: «bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen» (Lc 11,28).

Según la tradición rabínica, el estudio de la Torah/Ley de Dios es la mejor de las actividades (m. Aboth 2,8; 3,2). La indicación de Jesús respecto a la actitud de María va en una línea similar, pero haciendo hincapié en la escucha de las palabras de Jesús. Esta actitud resulta fundamental y necesaria para sus discípulos misioneros. De hecho, Él mismo eligió a los doce apóstoles, “para que estuvieran con Él” antes de enviarlos en misión a proclamar y sanar (cf. Mc 3,14).
Este es el verdadero discipulado misionero: estar con Jesús escuchando sus palabras con todo el corazón y toda la mente, para luego transmitir fielmente su mensaje divino a los demás en el camino de la vida. Que así sea. ¡Amen!